Carta Viajera - MAYO - 2023
Sobre lo que callamos, el coraje de vivir a corazón abierto y el poder de la risa
Escribo esta carta desde Sayulita, un pequeño pueblo mágico en el estado mexicano de Nayarit. Suena la trompeta de Roy Hargrove en la terraza de un espacio de coworking (aquí abundan los nómadas digitales) y ando rodeada de iguanas, todo tipo de pájaros e insectos.
Este lugar es aún mejor de lo que me habían contado y el hecho de que vengo a conocerlo de la mano de un gran amigo solo mejora la experiencia. Sayulita es, a través de sus ojos, un lugar especial.
Atardeceres de ensueño, naturaleza salvaje, mariscos a pie de playa y la buena vibra de un lugar frecuentado por surferos. Aquí la vida transcurre serena, uno hace la compra en carrito de golf y el tiempo consiste en una sucesión de momentos para saborear. No he mirado la hora desde que llegue hace cuatro días. Duermo profundamente por primera vez en meses.
Y junto al mar, reconectando conmigo misma después de un mes intenso, me entero del fallecimiento de un hombre al que admiraba profundamente, Antonio Gala. Un poeta, un intelectual, una fuente de sabiduría sobre el arte de vivir.
Decía Gala: ‘He sido vulnerable. He sido fácil de herir. He sido fácil y frágil’.
Pareciera que Gala habla con orgullo de su fragilidad. Intuyo además una decisión vital detrás de sus palabras. La de alguien que piensa que vivir de otra manera es vivir parcialmente. La de aquel que sabe que solo lo que se entrega está verdaderamente vivo.
Estas últimas semanas he reflexionado mucho sobre lo que callamos. Sobre aquello que permanece en la sombra, lo que a penas nos atrevemos a susurrarnos a nosotros mismos. Lo que se entierra o encierra, lo que se disfraza, se oculta o se guarda, eso nunca libera, nunca trae paz, nunca da frutos. O, tal vez, solo amargos.
Cuantas veces postergamos o evitamos conversaciones, pasando por encima de vínculos importantes. Lo hacemos sabiendo que un volcán respira intranquilo bajo la superficie. Esperando a estallar, esperando a que lo guardado (a veces a presión) pueda respirar. Salir al mundo. Purificarse.
Callamos por miedo a ser heridos de nuevo, en ocasiones por temor a despertar tempestades que pueden arrasar nuestras vidas tal y como las conocemos. La perspectiva es aterradora, pero la alternativa desoladora. A menudo las palabras no dichas nos hacen sentir seguros, pero nos privan de un futuro abierto a la posibilidad, al cambio, al crecimiento.
Días antes de viajar a Sayulita, terminé un taller de interpretación de la mano de Kennedy Brown, un maravilloso maestro americano de Los Ángeles. Durante una semana trabajamos conectando con la respiración, el cuerpo y nuestra propia voz. Algo simple, que no sencillo, que raramente hacemos en nuestras ajetreadas vidas.
El novelista Coetzee escribía que ‘un cuerpo dice la verdad. No siempre, ni a la primera, pero siempre es el cuerpo el que la dice’. Sí, nuestros cuerpos saben y nos hablan, pero rara vez estamos dispuestos a habitarlos o escucharlos plenamente. Nuestras verdades y heridas más profundas se encuentran ahí. No hace falta viajar a tierras lejanas para adentrarse en territorios inexplorados.
Además, incluso cuando viajamos a lugares idílicos, los fantasmas, todo lo que callamos, sigue ahí. Aquí en Sayulita, abundan las farmacias. ¿La razón? Muchos canadienses y americanos acuden a comprar a precios económicos, sin receta, ni preguntas, Xanax, Clonazepam, Valium, Percodan, Ritalin y un sinfín de fármacos para tratar la ansiedad, los ataques de pánico o la depresión.
Entramos a una de estas farmacias para comprar repelente de mosquitos y nos ofrecieron el menú de estos medicamentos como quien está en un restaurante eligiendo el postre. Más tarde me entere de que muchas pastillas son falsificadas con fentanilo y metanfetamina. Me resultó impactante y triste. No hay forma de escapar de nuestras miserias. La mierda llega hasta el mismo paraíso.
Cualquier actriz sabe que aquello que no se dice es normalmente infinitamente más interesante, más profundo, más verdadero que lo que se dice. Ser capaz de reconocer la verdad propia no es fácil. Expresarla y ser capaz de compartirla con el otro es el camino de una vida. Hay algo indispensable en esa aventura. El coraje y la vulnerabilidad como decisión vital.
Y que importante la risa en este proceso, a veces doloroso. Que importante la amistad que nos ayuda a navegar los pequeños o grandes retos de la vida. El humor como llave maestra. La risa como auténtico bálsamo y salvavidas.
Este mes de mayo ha sido complicado, incómodo en muchos aspectos. También ha sido un mes en el que de manera inesperada una mano amiga me ha ayudado a salir de mi zona de confort. A través de risas compartidas, sin esfuerzo aparente, algunas resistencias se ablandaron.
Me doy cuenta de que no quiero vivir entre certezas. Me gusta la gente que alberga dudas. Quiero ser contradictoria, pecadora, terriblemente humana. Humana hasta las últimas consecuencias. Quiero ser blanda, pura carne y huesos. Equivocarme estrepitosamente y reírme hasta no poder parar.
Vivir con la vulnerabilidad como bandera.
¿Cómo?
Desde el impulso, la honestidad, la herida abierta.
‘Que nos coja la muerte andando, de pie,
que se diga de nosotros que 'murió vivo', ese es el mejor epitafio’
– Antonio Gala
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